Abrí la puerta desvencijada del molino del cerro Colate; se oía el traqueteo de la maquinaria de vieja madera que seguía dando vueltas y vueltas desde hacía tanto tiempo...
Todavía algunos campesinos se acercaban al molino, llevaban trigo y maíz en sus primitivos sacos de arpillera y se marchaban de vuelta, después de un buen rato, con la harina, una vez blanca y otra amarillenta, dependiendo lo molido.
En el lar de leña se cocían las exquisitas tortitas de maíz, que más tarde se servían con un chorreón de aceite de aceitunas también molidas en el molino.
En casa, en la radio, la noticia siempre era la misma, la luz no paraba de subir, mejor dicho la electricidad, pero a ellos casi no les incumbía, la utilizaban más bien poco, y la luz solo les faltaba cuando el sol se acostaba a dormir.
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