GUARDA LLAGAS.


Deberías ver las rozaduras de mis talones, y también las de los dedos de mis manos; ambas se transformaron con el paso del tiempo en rudos guardaespaldas de mi reseca piel. Callos que blindaban mis manos del roce de la sucia madera de la azada; esa, con la que a diario hacia surcos donde sembraba, para que comiéramos medio decentemente cada noche en la choza. Los sedientos terrones de la hacienda fueron artífices de los protectores de mis plantas y talones, que cuando se sintieron duros, ya no dolieron más. Y aunque siempre, o casi siempre, tuve viejas botas, continuamente me quedaban grandes; el señorito calzaba un número más.


Foto extraída de la página: alamy.com




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